dimarts, 21 de juliol del 2009

A vuesas mercedes

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A vuesas excelentísimas mercedes, a quienes con gran placer me dirijo, en este falaz hablar –no por la naturaleza en si misma de la lengua de tantos y tan buenos escritores y literatos (y tantos otros ni tan buenos, ni tan escritores), sino por la de aquellos deslenguados que hacen uso viperino de la misma (y no me refiero al mordaz estilo del ilustre cartagenero que me acompaña hoy)-, de forma que se pueda comprobar que, a pesar de considerarla extranjera, la domino lo suficiente como para embarcarme a escribirla pese a que algunos diguan que su aprendizaje está perseguido en mi país; a ruego y propósito del documento del que usías han podido deleitarse al inicio de este artículo, y si no lo han hecho acudan con celeridad a proceder de tal forma.

Como bien dice la Historia: don Ramiro, rey de Aragón y Zaragoza y conde de Ribagorça y Sobrarb por la gracia de Dios y por la muerte de su hermano don Alfonso sin descendencia legítima y/o reconocida, prometió a su única hija, todavía en tierna edad, al conde de Barcelona, Girona, Osona y Cerdanya En Ramon Berenguer IV, en el año 1136. Y hete aquí la forma de abrir la caja de Pandora. Cierto es que jamás existió rey en Catalunya, excepto después de la ocupación militar y colonial a partir de 1714, porque nuestras tradiciones otorgaban al soberano destas tierras el título de conde, pues los orígenes destos reynos se deben al vasallaje con los francos, no así en el caso del Reyno de Aragón. Fuese lo que fuere, el propio monarca En Jaume I, apodado el Conquistador por su expansión por los reynos de Mallorca y Valencia, se refiere a su noble persona como “rei d’Aragó e de Mallorques e de Catalunya” en su Llibre dels Feits, suerte de especie de autobiografía.

Además, y es aquí donde radica la gran importancia y donde desearía que vuesas mercedes fijasen más y mejor su atención, es la organización territorial destos diversos reynos bajo la hegemonía del conde-rey. A diferencia de la vecina Castilla, Dios nos la aleje a ella y su pertinaz influencia aplastadora en lo sucesivo, donde los reynos que la componían –Castilla, León, Galicia, más tarde también Navarra y todos los territorios fruto de la Reconquista- se fueron sucesivamente fusionando y uniéndose en un solo gran reyno; la Corona de Aragón se instituyó, ya desde sus inicios, como dos entes claramente definidos y separados –el Principat de Catalunya y el Reyno de Aragón, y los posteriores- unidos única y exclusivamente en la figura del monarca, que residía según le venía en gana, aunque mientras perduró la Casa de Barcelona (extinta en 1410, a la muerte del monarca En Martí I) éste radicó preferentemente en la posteriormente llamada Ciutat Comtal. Por tanto, jamás nadie osó hablar de la anexión del Reyno de Aragón a Catalunya, como hemos visto. Por otra parte, cabe recordar que cada territorio mantuvo sus costumbres y leyes, su moneda y todas aquellas potestades propias de lo más parecido a un Estado en aquellos tiempos. Aún así, en los diferentes territorios conquistados por la Corona a lo largo del tiempo, la norma base que compuso sus instituciones (els Furs de València, les Franqueses de Mallorca y los Capítulos de Atenas) fueron los Usatges de Barcelona, dictados a principios del siglo onceno por el conde En Ramon Berenguer I, bisabuelo de su tocayo anteriormente citado aquí, ya que el origen de los repobladores destas nuevas tierras era catalán, estos son los orígenes de aquello llamado pancatalanismo.

Por otra parte, a propósito de la atribución de la potestad sobre las cuatro barras catalanas. No es necesario atribuir una única potestad y propiedad, ya que todos y cada uno de usías encontrará una versión diferente en la que apoyarse. En la Edad Media, en cuyos orígenes se encuentran la mayoría de las banderas de las naciones actuales, los pabellones restaban unidos a la familia que pertenecían, y no a la vinculación entre símbolo y territorio, como en tiempos actuales. De esta forma se encontraban blasones de todo tipo, y las sucesivas uniones matrimoniales interfamiliares no ayudaban a resolver, al contrario, enredaban el retortijado grupo de enseñas que caracoleaban en mitad de los ejércitos de la época, según fuera el noble su familia de procedencia. Por tanto, no es de extrañar que diversos territorios unidos única y exclusivamente en la figura del monarca y sus sucesores enarbolen el mismo pabellón, en este caso la senyera quatribarrada.

De todas formas, a pesar de conformar en materia de relaciones exteriores una única unidad política –desmentido en muchos sitios por lo que cabe a su homogeneidad interna-, las diferencias existentes entre Catalunya y el Reyno de Aragón se han mantenido en el tiempo. Mientras en la primera se gestaba una tradición comercial y mercante (fruto de su posición privilegiada junto al Mediterráneo y sus relaciones transpirineicas), el otro no ha disfrutado del poder económico de su hermana. Mientras tras la ocupación, Catalunya siempre ha reivindicado su pasado medieval alejado de Castilla, Aragón no ha querido ocuparse de ese legado. El enlace identitario entre los catalanes y su nación es mucho mayor que la de Aragón, que pocas veces ha cuestionado la injerencia castellana.

Sea como fuere, nunca desde Catalunya hemos querido menospreciar a nuestros hermanos aragoneses: compartimos bandera, destacados dirigentes políticos provienen de la Franja que habla catalán en Aragón, compartimos gran parte de nuestra historia (hasta la ocupación militar, como ya he dicho), incluso la calle de nuestra capital que nos honra con su nombre, que se encuentra entre las principales, une dos importantes estaciones de tren. Con Aragón vivíamos y convivíamos juntos, luchábamos y moríamos juntos. De la misma manera que entre hermanos hay roces, ambos países hemos tenido nuestras sendas de la amargura.

Pero el rumbo de la historia, excelentísimas señorías, ha transcurrido distinto desde los dos últimos siglos para aquí. Dice un destacado líder polític, que en su momento fue President de la Generalitat, que lo que realmente distingue a un pueblo de otro “es su voluntad de ser”. Catalunya, –o como sería políticamente correcto decirlo hoy- los catalanes y catalanas queremos serlo, no ya respecto a los hermanos aragoneses, sino respecto a esta España virtual que habla el ilustre cartagenero que ha motivado estas líneas. Esa España virtual que se tilda de plural, pero no reconoce en su seno más que una nación y una lengua. Mientras los fundamentos del Estado español no crean en su plurilingüidad y en su plurinacionalidad, Catalunya no tendrá encaje dentro de éste. Mientras el Estado no acoja a esta parte de ciudadanía como lo que demuestre que quiere ser (por tanto, que nos otorgue el derecho a decidir que queremos ser). Sin mentiras. Sin insultos. Sin humillaciones. Sin menosprecio. Sin robos a mano armada. Sin amenazas. Sin agresiones, de las que no nos protegen ni siquiera las leyes, pues son incumplidas. Sin su durante años fallido objetivo de acabar con la voluntad de ser de los catalanes y catalanas. Mientras dure todo esto Catalunya no se verá acogida en aquel proyecto de otro tiempo, la España plural, del que ahora todo el mundo parece haberse olvidado. Y esto no es aquello que afirmaba un antiguo Presidente de Extremadura (“en el fondo de lo que hablan estos catalanes es de dinero”), es algo mucho menos frívolo. Es, repito, “la voluntad de ser”.

Por eso mismo, la única salida posible para acabar con todo ello es, sin ambages, el reconocimiento de la independencia de Catalunya. No es la panacea a todos los problemas por lo que atravesamos todos. No es la piedra filosofal de la que surgirán las nuevas virtudes del nuevo hombre –o mujer- catalán –o catalana-. Simplemente será la reafirmación del pueblo a que no dejen ningunearse. Será la reafirmación de que no queremos que decidan por nosotros; porque, como decía Josep Pla, la política o lo haces o te la hacen. Queremos decidir por nosotros mismos. Queremos tener la libertad de equivocarnos. Queremos tener la libertad de rectificar esos errores. Queremos tener la libertad de tantas cosas: vernos representados en el exterior de forma oficial, y no de destrangis y medio clandestinamente como hasta ahora; a que no se cuestione la dignidad de nuestra lengua –ni en la vecina España ni en Europa-; a que se nos reconozca como un país normal como a cualquier otro pese a no tener –todavía- un Estado propio. Y si tan demócratas se dice que somos, hagamos una consulta al pueblo. Si tan demócratas decimos que somos, que se respete las decisiones del pueblo y se respete su voz.

Que no se equivoquen con nosotros. No somos un grupillo étnico minoritario. Tenemos grandes coincidencias con los vecinos españoles, pero también otras que nos diferencian. Pero sobretodo, repito, tenemos la voluntad de ser. De ser pueblo vivo. ‘Som i serem’, como dice la canción, ‘i sempre seguirem’. Amunt les axes i visca Catalunya lliure!